El año pasado escribí una reseña sobre la película Rush de Ron Howard. En ella critiqué la falta de compromiso por parte del director con los hechos reales que componían la trama de la cinta, los cuales fueron edulcorados con viejas artimañas ficcionales, para darle la fuerza dramática que supuestamente no tenían por si solos. Todavía me atengo a lo que escribí.
Sin embargo, cuando por fin vi el filme del 2015 dirigido por Danny Boyle y escrito por el espectacular Aaron Sorkin, no pude dejar de pensar en esa malgeniada reseña que escribí sobre Rush. Steve Jobs pareciera incurrir en las mismas faltas y un poco más. Como si la película no le debiera ni una pizca de respeto a la realidad en la que está basada. Aun así, después de terminar el visionado, encontré la cinta tremendamente disfrutable.
Toda esta conversación interior sobre que hacía buena a Steve Jobs y que no a Rush parecía converger un mismo punto: la naturaleza de los biopics. ¿Qué hace que un biopic sea bueno o malo? ¿Qué tan meritoria puede ser la historia de un individuo como para hacer una película sobre este, o incluso, sentarse a verla?
En cuestión de méritos, les puedo decir que definitivamente no es la notoriedad. Estamos tan acostumbrados a ver retratos de la vida de grandes figuras públicas, contribuyendo al imaginario pedestal en el que los ponemos, que no nos damos cuenta que las cualidades que los hacen “tan” especiales, las encontramos en cualquier otro individuo. La fama es una razón obviamente monetaria, pero en cuanto a calidad o fuerza narrativa, cualquier historia merece ser contada. Un buen biopic no se trata de alguien de renombre, sino de alguien interesante.
Entonces, si no es la notoriedad ¿Será la veracidad histórica?
Mucho se ha hablado sobre qué tan riguroso tiene que ser un trabajo narrativo a la hora representar a la realidad. Algunos arguyen que, por respeto a los personajes y sus vidas, la verdad debe prevalecer y esto sería determinante para establecer la calidad de la obra. Para otros, por lo menos en el cine, la verdad tiene muy poco que ver con la calidad de una cinta, y esta queda relegada a un simple adorno que esta por debajo de la intención artística.
Es esta intención la que creo yo, debe prevalecer a la hora de realizar y analizar un filme. Sin embargo, existe una responsabilidad política por parte de los cineastas, de la cual no pueden huir cuando ciertas historias son contadas. Sobre todo, historias de gran carga política.
Esto no quiere decir que yo deseche la veracidad a la hora de analizar un filme. Es erróneo pensar que la verdad solo se haya en los hechos físicos. La intención artística puede llevar tanta veracidad como cualquier registro histórico. Por lo menos en los biopics, esto es totalmente cierto.
La razón por la cual Steve Jobs excede a pesar de su inexactitud histórica, en comparación con Rush, es porque la intención detrás de la realización es honesta. Sorkin no se preocupa por tener una línea narrativa convencional, si no que prefiere crear viñetas que funcionen como ventanas a la vida del protagonista. Lo cual es brillante, ya que las energías no están puestas en la superficialidad de la exactitud, sino en la recreación de los aspectos humanos de la historia.
Aquí el cine no funciona como una fotografía, sino más bien como una pintura expresionista. Danny Boyle provee su vibrante visión, caracterizada por su caótica edición, en función de resaltar esos aspectos de los personajes que el guion busca exponer, sin detenerse en tecnicismos visuales. Las geniales actuaciones del reparto también contribuyen a la humanización de la historia, dejando que Fassbender y Winslet asuman los diálogos del guionista como suyos.
Hablando de diálogos, esta película está llena de estos. La acción ocurre por medio de conversaciones y nada más, encerrando a los personajes dentro de sus palabras. Esta es la característica más laureada de Sorkin, quien con su conocido ritmo deja que la audiencia se sumerja en las actitudes y posturas de los actores. Probablemente no sabremos exactamente de que estén hablando, solo a nivel superficial, pero si nos enteramos de quien está enfadado, quién es cínico, quien miente y quien dirige las cosas.
Todas estas cualidades trabajan en conjunto para poder formar una idea, ustedes saben, como las grandes obras de arte. La película no le interesa ser exacta porque no le interesa imprimir su particular visión de Jobs en las mentes de la audiencia, sino que provee a esta de pequeñas pistas para dar espacio a la interpretación. Estoy seguro que tanto el guionista, director y actores habrán tenido su percepción personal del personaje titular, y tales percepciones están representadas aquí. Pero están expuestas sin soberbia, sin creer que son dueños de la verdad, como diciendo “esta es nuestra visión ¿Cómo es la tuya?”
Rush no hace nada de esto porque su intención era provocar una reacción en el público y nada más. Nunca comprendió a sus personajes ni trato de encontrar el verdadero centro temático de su historia. Steve Jobs si lo hizo, porque entendió que un buen biopic no se trata de estructura o veracidad histórica, sino de la intención de representar la verdadera naturaleza de los personajes.
7/10
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