A quienes creen que la conclusión de una historia es una de las partes más importantes de esta. Es el lugar donde el espectador encuentra un cierre a la experiencia. La atadura de todos los cabos, la conclusión definitiva. Los héroes y villanos de la historia pasaron de un punto A un punto B (o «Z» en su defecto) y recibimos como sugerencia por parte de la historia, soltar a estos personajes que hemos estado acompañando. Los finales, supuestamente bien hechos, nos obligan a irnos con una nota en la mano, donde leemos una pequeña reseña del futuro que deparara de estos protagonistas. Y no dudamos.
Personalmente, encuentro este tipo de finales correctos, mas no interesantes. Un conclusión es precisa para redondear la experiencia, eso lo sé, pero al darle final así no más, nos perdemos del poder sugestivo que las grandes historias nos pueden dar ¿No sería mejor que aquella nota que nos entregaran al final de una función, estuviera en blanco? Seria infinitamente mejor que con ella nos dieran un lápiz y la instrucción «Hágalo usted mismo». No es la herramienta más eficaz, de hecho, no sirve para todo tipo de historia. No estoy abogando por la institucionalización de este tipo de finales. Sin embargo, en el caso necesario, el final abierto nos puede dar una cercanía tal con los personajes, que forma un lazo de confianza entre la historia y el espectador. Un contrato, en el que el segundo tendrá que tomar las riendas y terminar al primero.
Whiplash cuenta la historia de Andrew Neiman, interpretado por Teller, como un talentoso baterista, obsesionado con el Jazz y Buddy Rich, y con ínfulas de querer ser de los más grandes músicos. Esos sueños pasan por la experiencia más difícil, al encontrarse con su nuevo profesor. Terrence Fletcher, en la piel de JK Simmons, es un tirano de la música quien acabara emocionalmente con Andrew y lo llevara hasta el límite mental y físico.
Después del viaje por el que Whiplash nos hace pasar, no existía otra manera más memorable que el final abierto, para hacer honor a esa relación entre espectador e historia. La escena final de la película de Damien Chazelle representa todos los temas que la cinta abarca, dentro de una espectacular secuencia, digna para estar al borde del asiento. Porque es ahí donde encontramos el conflicto permanente de la historia que comprende el amor por el arte y lo tortuoso de aprenderlo. Magistralmente editada, la escena final nos narra sin palabras, una historia donde la lucha entre el protagonista y antagonista ha llegado a tales límites, que en vez de cancelarse entre ellos mismo, encuentran armonía por una pasión mutua.
Quise en un momento hablar de la experiencia total de Whiplash, pero siento que con solo ver su final es suficiente, y que por más que describa las cualidades de la película, no será bastante para hacerle justicia a tan tremenda conclusión. Las actuaciones que JK Simmons y Miles Teller ofrecen son de calidad cirujana. Chazelle permite en su dirección que ambos actores florezcan en una química de amor/odio, donde es claramente perceptible una intertextualidad en sus actuaciones. Puede que una vista superficial al filme limite la interpretación de este como una simple lucha entre héroe y villano. La verdad es que la relación de los dos personajes va más allá de una simple trifulca entre un estudiante incomprendido y un profesor terriblemente intransigente. En la escena final, entendemos al fin, que es sobre dos titanes que luchan por encontrarse en el mismo punto.
Puede que exista un debate alrededor de la verdadera naturaleza de Whiplash. Quien haga y ame la música argumentara, tal vez, que este arte no se forma de la manera como es presentada en la cinta. Richard Brody, crítico del New York Times, señala que aprender música no conlleva al sufrimiento, sino todo lo contrario. Según él, Whiplash no se trata sobre la música. Es cierto, no lo es. No es sobre la historia del jazz, ni sobre las grandes influencias como Miles Davis, John Coltrane, Thelonious Monk o Louis Armstrong. No es una oda a la interpretación tampoco. Es una lucha, es un desafío para la misma humanidad de su protagonista, quien no ve otra opción que presionarse para llegar a ser el mejor o perecer ante las hostilidades, no solo de Fletcher (que es un hijo de puta), sino del arte mismo. Para mí, el debate sobre la ética de los personajes pasa a un segundo plano, porque prefiero comprenderlos y montarme en el viaje de ellos e intentar ver el mundo como ellos lo ven. Incluyendo fallas y defectos.
Solo al ver el filme de esta manera, es que creo que la catarsis que produce su final es más esclarecedora. No son necesarias las palabras, sino las miradas, las expresiones de cansancio y éxtasis por igual. La tocada de la música. La llegada a una meta que abre caminos, que concluye pero sugiere más. Que nos invita a que redondeemos la historia nosotros mismos y encontremos nuestra propia conclusión.
9/10
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