domingo, 27 de agosto de 2017

Death Note (2017) apesta, pero no tuvo porqué hacerlo


     Tengo un aprecio especial por el director Adam Wingard. A pesar de que no estoy familiarizado con su trabajo más antiguo -una serie de cortos y largometrajes de bajo presupuesto de terror-, sus más recientes mezclas de acción y horror como You’re Next y The Guest no solo me sorprendieron gratamente, sino que lo ubicaron en la industria como un talento emergente.

     Una sensibilidad estética bastante definida y una clara capacidad técnica provocaba en sus venideros proyectos una gran expectativa. Por lo que Blair Witch, el intento de relanzar una franquicia de un “one-hit wonder”, y anterior esfuerzo directivo de Wingard, fue una terrible decepción.

     Ok, toda carrera tiene baches, sobre todo cuando se tiene la maquinaria limitadora de un estudio detrás. Mi entusiasmo por el director no cayó; solo necesitaba un proyecto más interesante.

     Para mi sorpresa ese fue el remake gringo del ultra-popular manga/anime Death Note. Cuando este fue anunciado por Netflix, varios blogs, canales de YouTube y comentarios, expresaron incredulidad, algunos -inmaduramente- hasta rabia. Yo en cambio, sentí emoción.

     Creo firmemente en que las mejores adaptaciones se dan cuando hay una fuerte voz autoral que la realiza. No son simples calcados mal dibujados. El adaptador tiene que tener algo que decir, algo que poner sobre la mesa, que le agregue a la obra original y que justifique dicha adaptación y la transición de medios.

     El prospecto de Wingard, su visión, combinada con una historia como Death Note prometía mucho. Por lo menos para mí.

¿Funciono?... no.


     El fenómeno que fue Death Note se construyó a partir de su fascinante premisa. Una libreta que permitía quitarle la vida a cualquiera con solo escribir su nombre y retener una imagen mental de su rostro. Sin embargo, el éxito del anime no se basó en la novedad de la situación. Como veremos más adelante, cualquiera puede arruinar una excelente premisa.

     Death Note fue exitoso por su escritura. Los autores del manga, Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, fabricaron una historia que quitaba el aliento al enfrentar ideales opuestos de justicia, a través de personajes cautivantes que no utilizaban nada más que su intelecto. Un juego del gato y el ratón en el que el arma más mortífera era la inteligencia. Si bien esto se traducía en eternos monólogos internos durante los que la animación no era más que una imagen quieta, con un tinte de rojo o azul, era suficiente para crear ese sentido de urgencia y suspenso en la audiencia.

     La producción de Netflix pareció no estar al tanto de esto. A pesar de que el guión pasó por tres pares de manos antes de ser terminado, ningún escritor fue capaz de canalizar los temas de justicia y la concepción de esta, propios del show original. En cambio, prefirieron tomar la ruta superficial.

     ¿Qué significa tomar esta ruta? Atragantarse de clichés. Es evidente la falta de entendimiento del material original (que ya había probado ser exitoso aquí en occidente) cuando deciden transformar a un protagonista tan bien construido como es Light Yagami, en una especie de Mary-Sue para adolescentes angustiados, que consigue una novia que está buena y el poder de cumplir sus sueños más darks, emos, y edgy.

     La persecución y el juego de intelectos fueron cambiados por un montaje de tres minutos que resume mediocremente la parte más interesante de la historia y remedos de escenas de acción y/o suspenso que quedan cortas por ser situaciones forzadas.

     Pero tal vez la mayor barbaridad fue la reducción de un brillante antagonista como L, del manga original, a un niño inmaduro, vengativo y emocional. A pesar de la decente actuación de Lakeith Stanfield, el personaje fue rebajado un impotente detective “genio” incapaz de seguirle el paso a un adolescente con problemas de actitud y cabello oxigenado.

No todo es malo.


     No, no lo es y esto es tal vez lo más frustrante. La relación romántica entre los personajes principales y la forma en que esta evoluciona tiene potencial, sobre todo si se pretende a expandir el desarrollo del protagonista (cosa que no creo que las críticas permitan).

     Ryuk, el humanoide sobrenatural/dios de la muerte, que nunca hubiera funcionado como un personaje CGI con su diseño original del manga (como las adaptaciones japonesas probaron), se mantuvo siempre en las sombras, detrás de lentes desenfocados o simplemente fuera de encuadre. Decisión que, junto a la voz actoral de Willem Dafoe, otorgaba al personaje un aire onírico e incompresible, que beneficiaba a la cinta.

     No obstante, el aspecto del filme más logrado es definitivamente la dirección. A pesar de la falta de entendimiento, de la mediocridad de la adaptación en cuanto a su estructura narrativa y temática, Wingard, de alguna manera, sale un poco airoso. Ojo, la cinta sigue siendo un fracaso, pero su logrado aspecto visual y atmósfera general habla de lo que pudo ser la película y de su director.

     Hay una clara estética que permea todo el metraje. Puede que no sea del gusto de todos, pero decisiones como la presencia de una musicalización basada en sintetizadores, referenciando a los 80 y de una fotografía que constantemente jugaba con el color de la luz (a modo de homenaje visual), carga a la película de una identidad propia. No es una simple recreación del mundo del manga; es el remix de los elementos de la historia en algo nuevo.

     Que la historia no aprovechara su brazo estético para apoyarse y contar algo verdaderamente original, es… ejem… otra historia. Aunque esto haya ido en detrimento de la cinta en su totalidad, no puedo pasar por alto este potencial, desperdiciado y frustrante.

Y ¿si no fuera adaptación?


     Sería una película mediocre a lo mucho. Disfrutable incluso. En largos viajes de avión o en la televisión encendida en el fondo de la casa para que no se sienta sola. Apreciar el filme de manera superficial no tiene nada malo, pero no le daría más crédito que eso.

     Sin embargo, la película no está adaptando un librito de medio pelo, sino una obra extremadamente querida y popular. Las comparaciones no son sólo inevitables, sino necesarias. La industria, que ya hace años se encuentra en una bancarrota de ideas, busca adaptar cuanto panfleto se haga popular con los chicos de hoy.

     Esas adaptaciones terminan siendo mediocres en la mayoría de los casos porque los guionistas no están tomando la responsabilidad de entender las temáticas de estas obras. Siempre están buscando el ángulo comercial “¿Cómo podemos vender esto?”.

     Lo peor de todo es que las audiencias han probado ser anti-formulas desde hace años. Como consumidores de medios, siempre estamos buscando la siguiente gran obra y estamos mucho más abierto a algo diferente, más de lo que los estudios creen.

     En cuanto a Wingard, ya no puedo esperar que su próximo proyecto sea “mejor”. Creo que su decisión de participar en empresas que presentan problemas desde la base del filme, como lo es el guión, lo responsabiliza de sus obras. Que su próxima película vaya a ser Godzilla vs. Kong (2020) da para pensar sobre su criterio.

4/10